Asomaba el sol en Mbokajaty. La mañana era hostil, la noche fue larga y el sueño imposible. En la calle, entre arena y colchones de yuyales, se acomodaron para pasar la espera, el fresco y encarar un nuevo día de lucha.
Todavía humeaban los distintos fuegos que los habían abrigado y sobre ellos ya comenzó a prepararse el desayuno. La Policía también pasó la noche allí, custodiando, mirando, haciendo su debido acto de presencia, aunque no hiciera falta.
A un ritmo propio de los Mbya, y con el plus de casi no haber dormido, comenzó la jornada, con las palabras sabias del Opygua Catalino Medina. Poco a poco comenzaron a llegar más indígenas, que no habían pasado la noche allí, muchos de otras Comunidades. El apoyo y la unión entre ellos fue el eje que erigió la fuerza.
Ya llevaba una semana esta puja que no se resolvía, estaban cansados, abrumados, pero firmes. Con la convicción de defender su territorio hasta las últimas consecuencias y dispuestos a tomar medidas más fuertes, pero siempre pacíficamente. Sin violencia. La lucha nunca fue entre vulnerables.
Las mujeres fueron pilares fundamentales en todo este proceso, tejedoras de hilos y mundos dispares. Se acercaron a dialogar con la familia, a decirles que podían salir de la casilla sin miedo, que nada les iba a pasar. Jamás los amenazaron, como inventaron personas que buscan constantemente arremeter contra los Mbya.
La movilización continuó durante todo el día. Los policías no se movieron del lugar. Durante la tarde llegó la noticia de que iba en camino el subsecretario de Coordinación y Relaciones Institucionales de Misiones, Sebastián Chamorro. Eso generó una gran expectativa entre todos los presentes y encendió la esperanza.
Convirtieron la calle en un Opy. La espiritualidad tomó el centro y dio la fuerza para la resistencia, la paz y el respeto. Los elementos que portaban, yvyra y tucumbo, estigmatizados en el mundo no indígena, son elementos culturales, que nada tienen que ver con la violencia. Los sonidos son armonizadores y los bastones tienen una carga simbólica, asociada a la autoridad pero no a la violencia.
El tiempo corría. Eso no importaba. La paciencia es una gran virtud Mbya. Colmaron el espacio con cantos, danzas y rezos. La movilización era muy grande, los mismos policías los miraban asombrados. Incluso les preguntaron sobre sus rituales espirituales, sus danzas, sus saludos, querían saber más sobre esa cultura con la que –sin quererlo– habían convivido toda la semana. Ellos les respondieron pacientemente y se creó un diálogo intercultural que nadie hubiese imaginado.
Comenzaron a pasar los minutos y las horas, y nadie llegaba. Para el ocaso del día, no había respuestas. Cayó la noche, otra vez, y seguían allí en un escenario que, aunque lo hicieran ameno, no dejaba de ser una lucha por el territorio que reclaman.
Pasadas las 21, llegó Chamorro, acompañado del director de Asuntos Guaraníes, Francisco Rodríguez, y otros funcionarios más. Después llegó una negociadora de la Policía, aunque para ese momento, ya la situación -por iniciativa Mbya- estaba casi resuelta. Horas antes, los Mbya habían hablado con la mujer que estaba intrusando, y ella les había manifestado que quería irse, que desde hace meses solicita al municipio un lugar propio para vivir. La Policía acompañó el diálogo y fue testigo. Las condiciones para un desalojo pacífico y respetuoso estaban dadas, los mismos Mbya lo habían gestionado cuidadosamente.
Finalmente, y por orden del juez de Instrucción, el desalojo se hizo oficial. El traslado se realizó tal y como estaba previsto: en paz. Solo se escuchaban los sonidos del mba’epu y el rave’i (instrumentos musicales) mientras la familia abandonaba el lugar.
El logro fue Mbya. No debió haber pasado tanto tiempo hasta llegar a esa resolución, las autoridades podrían haberlo resuelto antes.
Los indígenas se mantuvieron firmes, convencidos, fuertes. El éxito no fue solamente el resultado, sino la manera de haber reclamado. Llegaron a la meta a través de sus derechos, sus convicciones, y su modo de hacerlos valer: sin gritar, sin pisotear a nadie, sin insultos ni amenazas. Solo la ley y sus principios. Esa es la gran victoria.
Queda mucho camino por delante, prevaleció el entendimiento entre dos sectores excluidos, pero todavía falta. Esa misma Comunidad es víctima de otros amedrentamientos, que serán otro capítulo a enfrentar. Pero hay algo que quedó demostrado: el Pueblo Mbya está unido, está fuerte y dispuesto a hacer valer sus derechos.